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lunes, 6 de septiembre de 2010

--- CAPÍTULO 1 (d)

Laguna Robles, Sta. Cruz, Argentina
CAPITULO 1 (d)
EL PAISAJE
COMO SISTEMA AMBIENTAL BÁSICO
Hacia la comprensión del Concepto de Paisaje
Ya presentado el término paisaje, fundamentaremos con más detalle la propuesta del mismo para denominar a los sistemas ambientales, incluyendo a las geoformas que los componen. Para ello tomaremos en consideración el excelente trabajo de González Bernáldez (1.981). Aunque este autor no empleó el término paisaje como sinónimo de sistema ambiental, de todos modos presentó un exhaustivo análisis del mismo, el cual merece ser tenido en cuenta.
De las numerosas definiciones clásicas que existen para el término paisaje, las más habituales están enfocadas desde el punto de vista exclusivamente estético, aunque trataremos de demostrar que el mismo tiene un significado mucho más profundo. Comencemos por pensar que desde sus orígenes, la humanidad transcurrió percibiendo y asimilando consciente e inconscientemente, el cúmulo de información proveniente del entorno natural en el cual estuvo inmersa. Recordemos a propósito, lo que mencionábamos de los conocimientos propios respecto a nuestros lugares de origen.
La interpretación de esa información, fue y sigue siendo de vital necesidad para todos nosotros. Y es en función de esa necesidad que cada vez con más frecuencia los investigadores abocados al estudio de los ambientes naturales y de sus procesos, comienzan a considerar el concepto de paisaje desde el punto de vista científico. En ese sentido, algunos investigadores tales como el mencionado González Bernáldez (1.981) definieron el paisaje como “...la parte fácilmente perceptible de un sistema de relaciones subyacente, cuyo conocimiento explicaría la co-presencia y la coherencia de los elementos percibidos, pero que no es fácilmente accesible a la observación directa en su totalidad.” 
Previamente, en 1.973, Díaz Pineda y colaboradores habían definido al paisaje con un concepto similar, presentándolo como “...la percepción plurisensorial de un sistema de relaciones ecológicas.” Hay criterios científicos que van aún más allá; en particular en aquéllos países en los cuales los estudios ambientales surgieron a partir de escuelas geográficas más que a partir de escuelas biológicas, como ocurre por ejemplo en Francia y en Rusia.
A propósito de los geógrafos franceses, es interesante leer el trabajo de la Dra. Quarleri (1.993), en el cual analizó algunos de los diferentes criterios utilizados por los geógrafos para definir el paisaje. De esas definiciones, quizá las más cercanas a nuestro propósito sean las que esta autora atribuye a Pasarge y a Piveteau. De acuerdo a Quarleri(15). el primero de ellos definiría al paisaje como “...un complejo formado por el clima, agua, tierra, plantas y fenómenos culturales.” El segundo no daría una definición tan directa, aunque la misma estaría implícita al decir que “...el geógrafo para el estudio del paisaje se ocupa de la zona de contacto entre la Litosfera, la Hidrosfera, la Atmósfera y la Antroposfera, es decir de lo que compone la faz de la tierra.” (16)
Podemos apreciar que estas definiciones tienen gran similitud con la definición dada por Riábchikov (1.976) para el término paisaje, transcripta en los últimos párrafos del punto previo. A su vez la definición de este último es coherente con la definición de paisaje dada por la Pequeña Enciclopedia Soviética y mencionada por González Bernáldez (1.981). En esa obra se definió al paisaje como: “...porción de la superficie terrestre provista de límites naturales, donde los componentes naturales (rocas, relieve, clima, aguas, suelos, vegetación, mundo animal) forman un conjunto de interrelación e interdependencia.”
     
Fenopaisaje y Criptopaisaje
     
Para el objeto planteado en nuestro caso, no dejamos de lado los aspectos estéticos del paisaje y aceptamos explícitamente el criterio general empleado por los geógrafos y expuesto previamente. De tal modo, en una definición muy simple consideraremos como paisaje "al conjunto de información que los humanos percibimos de nuestro entorno ambiental, o lugar de interacción de nuestras acciones con el medio en el que las desarrollamos."
Para ampliar este criterio y siguiendo a González Bernáldez (1.981), por un lado podríamos considerar como parte del paisaje a los elementos del ambiente que se perciben con facilidad. Esto es, vegetación; ríos; lagos; afloramientos rocosos; elevaciones y depresiones del terreno; animales; nubes; etc. Pero nos quedaríamos cortos si solo tomásemos en cuenta esta consideración. Consideramos que los demás elementos no tan rápida o tan fácilmente perceptibles, aquéllos que para ser apreciados necesitan de observaciones detalladas, inclusive utilizando instrumentos, ya sea de campo o de laboratorio, también deben ser incorporados como partes del paisaje.
Y antes de avanzar en ese sentido, debemos aclarar que el mismo González Bernáldez (1.981) consideró inconveniente ampliar tanto el concepto de paisaje, pues ello podría llevar a confundirlo con los conceptos de sistemas o de complejos ambientales (los ecosistemas y geosistemas definidos previamente), para los cuales y según ese investigador, existe una categorización y terminologías específicas.
Por esa causa empleó el término fenosistema, para definir la parte fácilmente perceptible de un sistema o complejo ambiental, considerando que el mismo sería sinónimo de su concepto de paisaje. Por lógica consecuencia y estableciendo una diferencia con su criterio de paisaje, empleó el término criptosistema para denominar al “...sistema de relaciones subyacente”, o sea, a la parte de un sistema o complejo ambiental que no es fácilmente accesible a la observación directa en su totalidad, por lo que para observarla deberán emplearse metodologías e instrumentos adecuados.
Es notorio que para establecer los límites de esa división, jugarán criterios eminentemente subjetivos. Porque cada individuo, de acuerdo a circunstancias inherentes a su condición animal (distintos grados de agudeza sensorial, por ejemplo) y de educación (dónde y cómo haya transcurrido las etapas fundamentales de su aprendizaje, en el sentido más amplio del término) podrá percibir con muy distinto grado de facilidad los componentes de un paisaje natural. De ese modo, lo que para unos puede ser fácilmente perceptible (y en consecuencia formaría parte de su fenosistema), para otros podrá ser de muy difícil, o de imposible percepción (y por ende, formaría parte de su criptosistema.)
     
Por ese motivo y con justa razón, Whyte (1.977) consideró que la percepción y por ende la interpretación del paisaje (en su caso, entendiendo como tal al entorno de cada individuo o de cada comunidad) dependerá de la cultura, de la civilización y de la inserción social de cada individuo. Así pues, la percepción del paisaje no urbano que tendrá una persona nacida y criada en cualquier región rural, generalmente será muy diferente a la percepción del mismo que tendrá otra persona nacida y criada en una gran ciudad.
El segundo estará acostumbrado a percibir un entorno eminentemente antropogénico. Por lógica consecuencia, en general tendrá debilitada la capacidad de percepción del paisaje no urbano. El primero por su parte tendrá muy agudizada su capacidad para la percepción del paisaje no urbano, pues su intuición y sus sentidos están familiarizados con el mismo.
Casi paradójicamente, la gran mayoría de quienes están mejor capacitados para descifrar el criptosistema, esto es, los científicos, proviene de las ciudades o vive en ellas la mayor parte de su vida. Por ello generalmente carece de, o ha disminuido su capacidad intuitiva para profundizar fácilmente y con sus sentidos en la percepción del paisaje. Ello generalmente los priva de ese primer paso tan importante para la interpretación de los sistemas ambientales.
Trataremos de explicar mejor esto con un ejemplo simple y aplicable a  cualquiera de nosotros. En la mayoría de los ambientes de Sudamérica y en particular aquellos  ambientes anegadizos, son endémicos los teros, también conocidos como “avefrías.” Los vuelos y el alboroto de una pareja o casal de teros en primavera, podrán ser parte del paisaje fácilmente percibido por el habitante de una gran ciudad. Pero un nido de los teros, o los teritos recién nacidos, raramente podrán ser percibidos con facilidad como parte del paisaje por esa misma persona (salvo que pise a unos u otros en un descuido!)
Así, para esa persona de la ciudad, los teros volando y gritando integrarán su parte fácilmente perceptible del paisaje (o sea que serán parte de su fenosistema), mientras que los teritos o el nido le serán de muy difícil percepción (serán parte de su criptosistema.) Si esa persona es un científico, quizá pueda hacer detallados análisis para descifrar la ubicación del nido, o de los teritos escondidos. Podrá hacer análisis del microrrelieve; de los suelos; de las asociaciones vegetales; de la humedad ambiente; de la velocidad y la dirección de los vientos; de los comportamientos animales; etc. Con todo ello hasta podría elaborar un modelo matemático que le permitiese deducir, con cierto margen de probabilidad, donde puede estar el nido de esos teros; o donde y como se esconden sus pichones.
Pero aún disponiendo de esos elementos, quizá muchas veces no tenga éxito en la búsqueda de uno y otros. Por el contrario, la mayoría de quienes se hayan criado en el campo, percibirá los esfuerzos de los teros por distraer la atención de su nido como parte de su paisaje diario. Y además quizá le baste un vistazo para saber donde está el nido, o los teritos escondidos, los que también serán parte de su paisaje diario; o sea, del paisaje fácilmente perceptible para esa persona.
Con ese ejemplo entonces podemos apreciar que la definición precisa de cuál parte de un sistema ambiental es fácilmente perceptible, se torna al menos imprecisa y hasta discutible. Porque esa parte cobra dimensiones muy distintas de acuerdo a la mayor o menor facilidad de percepción, innata o adquirida, de los observadores ocasionales. A esta altura quizá nos sería posible aceptar sin temor a equivocación la definición de paisaje dada por González Bernáldez (1.981).
Aunque también nos sería posible y hasta nos resultaría importante avanzar un poco más en una redefinición del mismo. Quizá porque ello contribuya a establecer pautas para un lenguaje común que realce la comprensión mutua entre el científico que estudia los componentes de un paisaje y el habitante del mismo, quien día a día convive con esos componentes.
Basados entonces en el excelente trabajo de González Bernáldez, muchas veces mencionado y algunas más por mencionar, en cuanto a su división de los sistemas ambientales en fenosistemas (sus paisajes propiamente dichos) y criptosistemas, aquí propondremos y emplearemos un desdoblamiento de nuestro concepto de paisaje en fenopaisaje y criptopaisaje. Nuestro concepto de fenopaisaje sería pues coincidente con la definición de paisaje (= fenosistema) de González Bernáldez, siendo “...la parte fácilmente perceptible de un sistema o complejo ambiental.” Esto es, aquél conjunto de componentes de la naturaleza fácilmente perceptibles con los sentidos.
     
Por definición, nuestro criptopaisaje no será de observación sensorial directa, sino que para descifrarlo hará falta recurrir a métodos e incluso a instrumentos de observación. Por ello este será aquélla parte del paisaje “...que no es tan fácil de percibir, para la cual deberá hecharse mano de metodologías e instrumentos adecuados” (= criptosistema de González Bernáldez, 1981). Pero por todo lo dicho en los párrafos previos, debemos insistir en que es muy difícil lograr una línea divisoria precisa para los ámbitos de aplicación correspondientes a uno u otro término. Continúa...
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(15) Quarleri (1.993), hizo referencia a Passarge y a Piveteau, entre varios otros autores, aunque no los incluyó en la bibliografía presentada en su trabajo. Por ello no se pudo consultar esas obras.
(16) Lo que este denomina  ”la faz de la tierra,” es lo mismo que nosotros denominamos con más precisión: Sistema Exógeno Terrestre, al que definiremos más adelante.
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